A las orillas del Báltico me llega de lejos el ruído ensordecedor de los tambores de una sociedad que se tambalea, que urgentemente pide a gritos un cambio de trayectoria para sobrevivir a sus heridas autoinflingidas.
Lo peor de ser testigo y parte de esta llamada Aldea Global basada en el intercambio y consumo de información, es la rabia de observar la impunidad de los causantes del crimen, y sentirte al mismo tiempo culplable del mismo.
No es tiempo de hacer oídos sordos cuando los acuciantes problemas que afrontamos apuntan tan directamente a nuestros errores y fallos administativos y humanos. Es hora de que dejemos de despersonalizar la culpa y de apuntar con dedos acusativos a factores económicos, históricos y externos. El problema está incrustado en nuestra cotidaneidad tan triste e inconscientemente cargada de poder evolutivo. Si bien no podemos decidir el curso de la historia con nuestras pequeñas acciones y decisiones diarias, sí que podemos empezar a cambiar desde ya ciertas prácticas que, tras mucho mal uso, hemos terminado tranformado en hábitos que afectan la vida de millones de personas.
Puede resultar redundante, pero para implementar las semillas del cambio hace falta empezar por un cambio. Tomar consciencia y actuar conscientemente con los que infringen una y otra vez, impunemente, los ideales que nos han vendido a tan alto precio. Si parece imposible, podemos congratularnos con la certeza de que nunca se empieza de cero, de que la experiencia nos ha hecho más sabios, y la rectificación más fuertes y obstinados.
Hay que recomponer esas fibras de la sociedad que se deshacen con la incredulidad en la posib.ilidad de un mañana mejor. Hay que volver a creer. Creer de verdad, con mayúsculas. Creer en que no hay justicia a que casi 1000 personas muran ahogadas a la orilla del Edén. Hay que creer en que no es posible que que un entorno marchito haya sido el causante de que un jóven armado haya acabado con la vida de un profesor en una ciudad de España de cuyo nombre no quiero acordarme.
Y sí, me pongo en plan Quijote porque será que tenemos que ser un poco Quijotes de nuevo, ya que la realidad hace tiempo que ha quedado muy por debajo de nuestras espectativas e imaginación. Nuestra imaginación: tan rica, tan poderosa, tan portentosa, tan humana y alentable. Hubo un tiempo en que nuestra libertad no sucumbió al silbido de las balas. No dejemos ahora que la mordaza de la ley marque su hora final. Luchemos contra los molinos de viento. Atrevámonos a soñar. No permitamos que nadie dicte nuestro destino. Aspiremos a darnos ejemplo. A nosotros y a nuestras posibilidades.
Raquel Sertaje