Según un estudio de la consultora Win/Gallop International, Dinamarca ha dejado de ser el país más feliz del mundo.
Basta que me mude para que los rubios me arruinen el día. Prometo que no he tenido que ver nada en este asunto. Si hay que echarle la culpa a alguien, es a los sonrientes habitantes de Fiyi, quienes se han proclamado los humanos más felices del planeta.
Estadísticamente, los habitantes de Asia y Africa están a la cabeza de los más dichosos, mientras que en el viejo continente nos hacemos cada mez más rancios y depresivos. Con la que está cayendo, ¿puede alguien en Europa osar ser feliz? Pues sí. Hartitos ya de su fama de suicidas de clase alta, Finlandia ha salido de este encuesta como el único remanso europeo de felicidad colocándose –por primera vez no sólo de vodka- entre los primeros 10 puestos de la lista.
La felicidad es de todo menos estable; constantemnte sufre cambios de paradigma. Ese mismo cambio lo está sufriendo ahora mismo, mientras escribo estas palabras, un país que en la historia reciente se había erigido como ejemplo politico, portador de valores sociales sobre los que la misma Unión Europeo aspiraba a construir su mañana. Al menos es como yo lo tenía idealizado. Actualmente, Dinamarca ocupa el puesto 14º en la escala de la felicidad. Aunque cuando yo llegué hace cuatro años me percaté de que esas cifras estaban infladas de marketing engañoso, me da rabia darle la razón a Hamlet. El príncipe danés ya puede estar satisfecho: ha regresado a las orillas del reino la paradoja de la tormenta latiendo bajo el tejido de bienestar.
Esta tormenta, como todas, pasará, pero no sin antes hacer estragos en el multiculturalismo que todo país necesita para evolucionar hacia esa idea del mundo que tan bien teorizaban y practicaban /e intentan practicar los nórdicos. La misma idea que los ha llevado a donde están hoy en día, los ha conducido a hacer un cambio radical en su discurso y prácticas políticas. Con este cambio no empieza el apocalipsis, como auguran los catastrofistas. Pero sí que se puede dar por zanjada una fase de expansion y apertura basada en una tolerancia que estaba al alcance de nuestrars manos y que ahora parece alejarse en frente de nuetras narices sin que podamos hacer mucho para evitarlo.
Es el precio de la felicidad: Que no es viable cuando todo el mundo es feliz. Pero no por eso vamos a dejar de soñar y osar ser felices. Si la encontráis, decidle que la echo de menos y que un día, espero no muy lejano, volveremos a encontrarnos.
Raquel Sertaje