Qué bien sientan las vacaciones, sobre todo si son en el terruño que te vio nacer.
Cierto es que en estas vacaciones no me ha dado demasiado tiempo a profundizar en lo de hacer turismo rural por Galicia, como siempre me imagino haciendo antes de ir, cuando me meto de lleno en los versos de Miguel Bollardo, “Hoy tengo Ganas de Ti”, y me imagino revolcándome por las dunas de Corrubedo. No sé si estos prontos son morriña o locura pasajera.
Ya son casi 15 años regresando a casa por unos días para disfrutar de merecidos descansos, y todavía no me he hecho a la realidad de que una vez que planto pie en casa se me va el tiempo en intentar acloparme al ritmo de los demás y en pequeñas cosas que me traen ajetreada de un sitio para otro sin poder salir de los confines del pueblo o de visitar a toda la gente a la que me gustaría visitar. Entre pitos y flautas, cuando me quiero dar cuenta, ya estoy de nuevo en la Terminal 1 de Barajas de regreso a Copenhague.
Quizás diga siempre lo mismo, pero cada vez se me hace más cuesta arriba lo de volver de vacaciones. ¡Mira qué lista! A quién no diréis, pero prometo que no lo digo por lo de regresar a la toruta del despertador del lunes o la rutina semanal de la oficina. Tampoco porque no esté contenta en Dinamarca, a pesar de que necesitamos urgentemente importar camarer@s latin@s que le pongan un poco de ganas a lo de servirte un café. Tiene más que ver con los choques culturales que siento cuando llego a Galicia y la creciente sensación de no saber muy bien si todo lo que me da la experiencia de vivir fuera compensa la de cosas que me pierdo por no estar en casa. Quizás sea el temor de no encajar ni en un sitio ni en otro al cien por cien -si es que hay alguien que encaje en un lugar a esas alturas de porcentaje-.
Este año no me he podido revolcar por las dunas de corrubedo, ni sacarme un selfie con una gaita con los impresionantemente bellos cañones del Sil de fondo -Si, vi a la Pato haciéndolo y se me antojó a mi también-. Sin embargo, me he puesto un poco morriñenta dando paseos por las calles que me vieron nacer, sintiendo que lo que en su día me hizo salir, hoy me llama de vuelta. Eso de que “en ningún otro sitio se vive como en España” empieza a ser más que una frase hecha. Es lo que tiene lo de vivir entre dos tierras.
De vuelta en Copenhague me he propuesto aparcar las dudas existenciales, porque si les das rienda suelta, no hay quien viva. Por tanto, me he prometido intentar sacarle jugo a esto de ser parte de la diáspora Gallega exparcida a lo largo y ancho del mundo. Me revolqué por las dunas de Greve Strand- si no eran unas eran otras!-, he leido “Otra Idea de Galicia” y hasta me han entrado ganas de cantarle las 40 a un tal Olaf de Noruega.
Hay que vivir el día a día intentando ir siempre a mejor. Si se puede y nos dejan. Aún así, ya esoy soñando con pasear por la playa de las catedrales, visitar el Panteón de Gallegos ilustres, comerme una buena empanada…. La morriña no se va de vacaciones.
Raquel Sertaje