Turistas

Cartas desde Copenhague.

Nunca he sido del “Equipo Calor”, pero vivir 13 años en Escandinavia te ayuda a apreciar el verano y a salir a tomar algo a una terraza después de cenar sin tener que ponerte el North Face. Son los pequeños placeres de esta vida que, en España, aún puedes disfrutar por 1,50 euros. Pero en 2024, los placeres de muchos viajeros se han dado de bruces con el enfado de los locales que, hartos de ver cómo disminuye su calidad de vida ante la masiva llegada de turistas, alzaron su voz en protesta contra la masificación a la que se ven sometidas sus ciudades y vecindarios. Pistolas de agua y pintadas con el lema «Tourists Go Home» para ahuyentar a los guiris. ¡No escatimamos en gastos! Sin duda, esta (comprensible) irritación y la imperiosa necesidad de renovar y cambiar el concepto de esta industria han sido el temazo de este verano.

A día de hoy, quien más, quien menos, viaja. A los hechos me remito: en 1950 había 23 millones de turistas. En 2024, 1,3 mil millones. El capitalismo, que todo lo convierte en un bien de consumo, también ha posado sus garras sobre el acto de viajar, convirtiéndolo en una lucha de estatus social y en una lustrosa industria que, solo en nuestro país, atrae a casi 80 millones de personas al año. Traducido en dinero contante y sonante, el turismo mueve 190 mil millones de euros anuales, un 13% de nuestro PIB. Sin duda, España es una potencia turística a nivel mundial, solo superada por Francia. Tenemos un país maravilloso, agraciado con una cultura, paisajes, arquitectura, clima y gastronomía espectaculares. Sin embargo, algo estamos haciendo mal a la hora de organizar y explotar estos recursos, y de entender y practicar el verbo viajar.

De los primeros que convirtieron el viajar en toda una industria tal y como la conocemos hoy en día fue Thomas Cook, quien en 1845 organizó su primer viaje comercial (Leicester-Liverpool). El resto es historia. Hoy en día, el turismo y el turista están siendo fuertemente criticados. Por un lado, la industria turística ha explotado y deformado el acto de viajar, convirtiendo monumentos históricos en atracciones de feria, y preciosas ciudades europeas en monumentales parques de atracciones donde lo auténtico cede o se esfuma ante el peso del contable souvenir. Por otro lado, el viajero, antaño envuelto en un aura de misterio, curiosidad y espíritu aventurero, es ahora un simple turista: perennemente aferrado a su iPhone para captar y compartir cada momento de sus vacaciones, el turista es un depredador en competición con otros turistas por una instantánea, un metro cuadrado de playa, y una experiencia auténtica.

Por qué viajamos, cómo lo hacemos, a dónde vamos y cómo nos comportamos en nuestro destino nos define en gran medida en la esfera digital (la que realmente importa, porque si no las has compartido ahí, no te has ido de vacaciones). Ya que todos viajamos, la cuestión ahora es hacerlo con el mayor toque de sofisticación y autenticidad posibles para desmarcarnos del común turista. Sebastian Zenker, profesor y jefe del Centro de Turismo y Hospitality Management en Copenhagen Business School, hace la siguiente clasificación de turistas:
Los que piensan que hay DEMASIADOS TURISTAS.
Los que creen que los turistas DILUYEN SU EXPERIENCIA.
A los que NO LES GUSTAN LOS EXTRAÑOS EN EL PAÍS DE DESTINO (Sí a españoles en España, pero no a ingleses, alemanes o chinos).
A los que NO LES GUSTAN SUS COMPATRIOTAS EN EL PAÍS DE DESTINO.

Para rebajar tensiones innecesarias, yo me remito a la frase del peregrino, que es para mí el viajero por excelencia, ya que en su viaje expande los límites de su mundo físico y espiritual. En una sociedad cada vez más desquiciada y competitiva por destinos más auténticos y exclusivos –que son cada vez menos mágicos y misteriosos–, el peregrino es el viajero que busca descubrir en el sentido más amplio de la palabra. Y todo aquel que haya realizado un viaje de estas características desea lo mismo para todo aquél que lo quiera emprender: ¡BUEN CAMINO!

Raquel Sertaje