Este septiembre, tras varios años con el gusanillo metido en el cuerpo, por fin me he decantado por probar la aventura del Inter Rail.

Qué experiencia! Cansada hasta las trancas de tanto chaca cha del tren, que sí, da gusto, pero se te quedan las posaderas pegadas a la tapicería del asiento de Renfe y la espalda hecha polvo en el tramo Irún-Burgos. Por lo demás, creo que he re-descubierto las maravillas de viajar a lo vintage y disfrutar de lo lindo al mirar por la ventanilla y ver algo más que sólo nubes.

Cruzar fronteras es algo muy curioso. En espacios muy reducidos van cambiando los acentos, los idiomas, los estilos de peinado… Si hoy en cualquier aeropuerto te tienes que saber la lista de todos los objetos con los que está prohibido viajar y pasar por varios controles de seguridad desatando zapatos y dejando a la vista tu calcetines último modelo, en tren sólo tienes que asegurarte de encontrar el andén y sentarte en el asiento correcto. Ni una sola vez -de Dinamarca al Oeste de España- he tenido que mostrar mi documentación; lo de enseñar los calcetines ya queda al gusto del consumidor-. Es un buen modo de experimentar la libertad de movimiento.

Sonará tonto, pero me encanta ver cómo mi móvil se vuelve loco informándome del cruce de fronteras. Aprendí que, llegados a Francia, a mi compañero de asiento -un Chino proveniente de Shanghai- su compañía telefónica le recordaba mostrar sus respetos al pueblo Francés y tener cuidado con sus pertenencias. Al parecer, para la Embajada China la patria francesa está plagada de chorizos. Me quedé con la duda de saber qué le diría el móvil a mi amigo Wilson Zhang si cruzase la frontera de España.

En el 2014, viajar en tren aún nos da la estampa de españoles sacando de taper y de set completo de «Travelling Comida Familiar». De los alemanes, siempre tan serios y precisos a la hora de darte información. De Suecos explorando San Sebastian con mochila a la espalda. De peregrinos holandeses dispuestos a emprender el Camino de Santiago o de estar de vuelta, satisfechos, contentos y con sus pecados expiados. De franceses serviciales a la hora de ayudarte con el equipaje -me sorprendió gratamente lo mucho que sonríen al hacer contacto visual- y de Sudamericanos explorando nuestro pequeño y fascinante continente.

En resumidas cuentas, y dejándome en el tintero un millón más de experiencias e impresiones, una experiencia para repetir y recomendar.

Raquel Sertaje